viernes, 25 de septiembre de 2009

Señorita Escarlata

Señorita Escarlata

El señor Turner se despertó con sobresalto de una pesadilla, su respiración era agitada; miró alrededor y se dio cuenta que estaba en la misma cama, en el mismo sitio y que la ventana de su habitación miraba a la misma ciudad cosmopólita, bañada por una noche turbia y leves reflejos claros de la luna. Respiró profundamente, todo estaba exactamente igual. “Solo fue una pesadilla”, pensó.

Sí, todo estaba igual, a excepción de una sombra estilizada que se reflejaba en la pared contraria. El señor Turner recorrió con sus ojos lentamente la sombra hasta llegar a su fuente, una esbelta dama, relativamente joven, de unos treinta y seis años, cuyo cuerpo se asemejaba a los más finos candelabros de exhibición en Pottery Barn, cubierto por un deslumbrante vestido rojo, couture sin duda, probablemente de Versace, aunque más del estilo de Carolina Herrera.

-¿Quién es usted? -preguntó el señor Turner sin titubeos. La dama estaba de pie, erecta y mirando el horizonte desde la ventana; se dio vuelta hasta mirar al hombre en la cama, demostrando el mayor despliegue de grandeza y superioridad que este hombre jamás haya visto en nadie.

-¿Has descansado algo? -preguntó la dama.

-¿La conozco? -dijo Turner reponiéndose en su cama.

-Sé que has pasado momentos bastante duros aquí, lejos de tu familia y con tu enfermedad -suspiró. Turner no se inmutó ante estas palabras -Quiero que me conozcas, después de todo, estamos a punto de pasar mucho tiempo juntos. Soy Margo Scarlet, puedes llamarme Escarlata”.

-James Willdenberg…

-James Willdenberg Turner the Third. Sé quién eres -decía mientras se acercaba a la ventana.

-¿A qué se refiere cuando dice que estamos a punto de pasar mucho tiempo juntos? –Escarlata suspiró nuevamente.

-No hay necesidad de arruinar la sorpresa ahora, es mejor que te lo muestre, pero paciencia querido amigo, cuando sea el momento justo lo verás -le dijo con voz muy suave y profunda.

De su exuberante escote, bastante revelador, por cierto, sacó un cigarrillo, un poco más largo de lo común, y de manera sugestiva se lo llevó a la boca.

-¿Tienes con que encenderlo?

- ¿No sabe que en los hospitales no se permite fumar? –Respondió Turner, un poco sorprendido.

- ¡Querido, si siguiéramos todas las reglas esto no fuese Texas, en vez estuviésemos en una desesperada y más caliente versión de Suiza! - Turner se mostraba más y más perplejo ante la actitud de la mujer -¡Tú sabes mejor que yo como se deben romper las reglas!

Turner comenzó a sentir nervios. “¿Quién será esta mujer? ¿Por qué me estará diciendo todas estas cosas? ¿Acaso ella sabe todo?” se preguntaba a sí mismo; sin embargo, este señor sabía cómo comportarse en situaciones dudosas y no mostró señal alguna de su hesitación.

-¡No sé de qué está hablando! –Repuso bruscamente Turner- Ahora le agradecería que saliera de mi habitación, sinceramente no sé quién es y necesito reposarme.

- ¡Perry Davis te mandó saludos! -dijo Escarlata mientras guardaba su cigarrillo -dice que la cárcel en la que lo pusiste es bastante cómoda, aunque –susurrando- creo que estaba siendo irónico.

-¡Ese bastardo de Davis! Se lo merecía ¿Sabe? -decía Turner despectivamente -Es un inútil, ni siquiera sabía complacer a su mujer, ¡Estaba desesperada!

-¡Hasta que llegaste tú!

-¡Le cambié el semblante! -dijo mientras daba una sonrisa medio irónica. En ese momento ya no le preocupara quién era esa tal Escarlata, mucho menos si ella sabía algo, sentía que ya podía confiar en ella.

- ¡Sí! -Aceptó Escarlata -El semblante le cambió muchísimo, tanto que ahora parece muerta. ¡No, no, corrijo, tanto que ahora está muerta!

-Pero ¿Quién sospecha de mí? Su celoso esposo la asesinó sin piedad al encontrarla engañándolo conmigo, y a mí casi me mata.

-¡Eres un genio! El plan salió perfecto -Escarlata se sentó en un diván que se encontraba diagonal a la cama de Turner -Pero ¿Y tu esposa? ¿Y tus hijos? ¿No te entristece que te hayan abandonado?

-¿Entristecerme? -Turner soltó la carcajada de su vida –Esa estúpida se chupaba todo mi dinero, no sabía hacer nada, ni siquiera sabía leer bien, sólo era un buen polvo. Esos mocosos también son un peso. Haber matado a Sophia Davis ha sido lo mejor que haya hecho en mi vida, alejó a esos parásitos de mí. Ahora, cuando me recupere de este maldito cáncer y salga de este nido de sarnosos voy a disfrutar de mi dinero, solo. Me buscaré las más finas prostitutas y créeme que no voy a pensar ni en niños, ni en esposa inútil, ni en los ridículos de los Davis… sin remordimientos.

-¿En serio? -preguntó Escarlata, en la que fue probablemente su primera expresión de bondad.

-¡Claro! ¿Cómo no?

Hubo un silencio en la habitación por aproximadamente cinco minutos. Escarlata buscaba estrellas detrás de la nube de contaminación que cubría una de las ciudades más importantes de Texas. Por su parte Turner miraba una foto que usaba como separador de páginas del libro que estaba leyendo y que tenía en la cabecera de su cama. La foto era de su viaje a las cataratas del Niágara con su familia, hacía dos años; estaba él con su esposa Rachael; Jasmine y Millicent, sus dos hijas; y su hijo James, de veinte años. James admiraba a su padre, para él, Turner era un modelo a seguir y aspiraba algún día llegar a seguir sus pasos. Al final, luego de saber lo que su padre, su héroe, había hecho, le dijo una frase que retumbó en los oídos de Turner todo el tiempo que miró la foto “Que Dios me castigue si en algo, en un ápice de mi ser, me llego a parecer a ti”. Turner sintió por primera vez el peso de sus acciones, recordando a su hijo (Lo más importante en su vida) desilusionado, dándole la espalda, aunque no lo culpaba. Siempre lo supo, pero ahora ese sentimiento era más fuerte, lo carcomía vivo, por eso no culpaba a su hijo, ni al resto de su familia, no los culpaba, porque sabía que tenían razón.

-¡No disfrutaría de nada! -dijo Turner con voz llorosa mientras Escarlata regresaba de su viaje por las estrellas.

-¿Cómo? -replicó ella.

-Olvida lo que dije, no gastaría ni un centavo en la vida fácil, en mujeres ni placeres, no podría. Me arrepiento de todo lo que hice. Es más, daría mi vida para que mi esposa y mis hijos estuviesen aquí, y me perdonaran; y daría mi vida por Sacar a Perry Davis de la cárcel y traer a la vida a Sophia Davis, porque yo no soy así, no quiero ser así, no puedo vivir conmigo mismo sabiendo que engañé, traicioné y maté, sobre todo sabiendo a quiénes hice esas cosas tan horribles.

Escarlata se acercó a la cama de Turner y le dijo con voz suave y sonora “Es tiempo que sepas a lo que me refería cuando dije que íbamos a pasar más tiempo juntos. Es mi destino, para eso existo, para ti”.

James Willdenberg Turner the Third, con lágrimas en sus ojos, como nunca antes, se levantó con algo de esfuerzo, agarró su fotografía durísimo con su mano derecha, se agarró del brazo de Escarlata y ambos salieron de la habitación. Mientras lo hacían, un doctor y una enfermera entraron corriendo y, pasados poco más de cuatro minutos, el doctor le dice a su acompañante “Hora del deceso: 9:32pm”.

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